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¿Alguien pidió un remís...?
Ni el auto prometido por Gallego motivó al Rojo: el Tomba devolvió a la realidad a un equipo que va camino al desguace.
Independiente tiene color e historia dignos de una Ferrari, pero un presente acorde a un Fitito.
Si algo puede sacar de positivo el Tolo Gallego luego de su anuncio regalón, es que está muy cerca de ahorrarse el dinero del vehículo que prometió sortear si su equipo es tercero.
La inestabilidad de Independiente es parecida a la que sufre el primer auto de un adolescente: acelera de golpe, frena bruscamente y todo el tiempo está a punto de romperse la cabeza contra el volante. Y detrás de ellos pendula la ilusión del hincha, que ayer, otra vez, volvió a cantar en contra de los jugadores, el pretendido motor de un equipo que cuando juega de visitante funciona a gas, pero de garrafa, ni siquiera GNC.
Así de desconcertante, así de ciclotímico, así de indeciso. Capaz de pisarte de local pero impedido de ganarle una carrera a una bicicleta (como la que le prometió Caruso Lombardi a sus jugadores) cuando va al Interior. Ayer salió con una buena puesta a punto, que le permitió avanzar sobre el territorio rival, pero careció de explosión. Tuvo una chance, pero en una pelota parada (cabezazo de Gioda que dio en el travesaño). Y repitió en el comienzo del segundo tiempo, cuando lo pasó un ratito a nafta con el ingreso de Leo Núñez y el Gordo reventó el horizontal con un furioso derechazo que viajó con combustible de avión. El resto del camino lo deambuló con el freno de mano puesto. Y en ese marco sufrió a un Montenegro de bujías empastadas, sin chispa. El que es goleador, figura y emblema de este equipo jugó demasiado lejos del área de decisión, más propenso a pisar el freno que el acelerador, comido por Cristian Leiva (lo trabajó con mucha paciencia de espaldas al arco, aunque más de una vez con la anuencia de un árbitro demasiado permisivo), y nunca estuvo siquiera cerca de la zona en que se baja la bandera a cuadros. A este Rojo, corroído por el desorden, la chapa de la presión e intento de recuperar rápido la pelota (algo que le había dado resultados contra Tigre) se le fue descascarando hasta quedar toda agujereada. Y en esos huecos empezó a sacar réditos Godoy Cruz, conducido por el fútbol ralentizado pero efectivo de Caruso. Un jugador con cadencia de papi, al que le falta algo más de definición para ser de alta gama, pero que, aun jugando con caja de tercera, es vertical. Es cierto que los dos goles llegaron de pelota parada (el primero con un error de Assmann mediante) pero Godoy Cruz hizo méritos para definirlo antes (el propio Caruso tuvo cuatro claritas en el primer tiempo).
Independiente terminó fundido, empujado por un rival que no renuncia al buen trato de pelota aun peleando por no descender. Quizás ahí radique la diferencia: Godoy Cruz juega por algo. Mientras que este plantel del Rojo, si no pega un volatazo, va derechito al desguace...
Ni el auto prometido por Gallego motivó al Rojo: el Tomba devolvió a la realidad a un equipo que va camino al desguace.
Independiente tiene color e historia dignos de una Ferrari, pero un presente acorde a un Fitito.
Si algo puede sacar de positivo el Tolo Gallego luego de su anuncio regalón, es que está muy cerca de ahorrarse el dinero del vehículo que prometió sortear si su equipo es tercero.
La inestabilidad de Independiente es parecida a la que sufre el primer auto de un adolescente: acelera de golpe, frena bruscamente y todo el tiempo está a punto de romperse la cabeza contra el volante. Y detrás de ellos pendula la ilusión del hincha, que ayer, otra vez, volvió a cantar en contra de los jugadores, el pretendido motor de un equipo que cuando juega de visitante funciona a gas, pero de garrafa, ni siquiera GNC.
Así de desconcertante, así de ciclotímico, así de indeciso. Capaz de pisarte de local pero impedido de ganarle una carrera a una bicicleta (como la que le prometió Caruso Lombardi a sus jugadores) cuando va al Interior. Ayer salió con una buena puesta a punto, que le permitió avanzar sobre el territorio rival, pero careció de explosión. Tuvo una chance, pero en una pelota parada (cabezazo de Gioda que dio en el travesaño). Y repitió en el comienzo del segundo tiempo, cuando lo pasó un ratito a nafta con el ingreso de Leo Núñez y el Gordo reventó el horizontal con un furioso derechazo que viajó con combustible de avión. El resto del camino lo deambuló con el freno de mano puesto. Y en ese marco sufrió a un Montenegro de bujías empastadas, sin chispa. El que es goleador, figura y emblema de este equipo jugó demasiado lejos del área de decisión, más propenso a pisar el freno que el acelerador, comido por Cristian Leiva (lo trabajó con mucha paciencia de espaldas al arco, aunque más de una vez con la anuencia de un árbitro demasiado permisivo), y nunca estuvo siquiera cerca de la zona en que se baja la bandera a cuadros. A este Rojo, corroído por el desorden, la chapa de la presión e intento de recuperar rápido la pelota (algo que le había dado resultados contra Tigre) se le fue descascarando hasta quedar toda agujereada. Y en esos huecos empezó a sacar réditos Godoy Cruz, conducido por el fútbol ralentizado pero efectivo de Caruso. Un jugador con cadencia de papi, al que le falta algo más de definición para ser de alta gama, pero que, aun jugando con caja de tercera, es vertical. Es cierto que los dos goles llegaron de pelota parada (el primero con un error de Assmann mediante) pero Godoy Cruz hizo méritos para definirlo antes (el propio Caruso tuvo cuatro claritas en el primer tiempo).
Independiente terminó fundido, empujado por un rival que no renuncia al buen trato de pelota aun peleando por no descender. Quizás ahí radique la diferencia: Godoy Cruz juega por algo. Mientras que este plantel del Rojo, si no pega un volatazo, va derechito al desguace...